La actual crisis económica nos obliga a reflexionar. Es muy grave que el ser humano deba estar sumergido en una depresión para plantearse la necesidad de meditar y discurrir. Sin duda, la culpa es de la mala educación que recibimos y de que tan solo se nos prepara para ser competitivos y producir bienes.
Hoy el mayor problema que ocupa las cabezas de los casi 47 millones de españoles es el económico. Posiblemente, la gran mayoría padezca dilemas y conflictos de más envergadura pero hemos trazado una sociedad construida sobre el capital y el patrimonio. Basándonos en la historia reciente de nuestro país, conviene diseccionar la evolución económica de los últimos 30 años y examinar la crisis de los 90.
Cada recesión tiene unas causas distintas pero conviene analizar los efectos y las formas de superación. En las últimas semanas el caso griego ha precipitado los acontecimientos europeos y, concretamente, los españoles. De no haber sido así, las decisiones podrían haberse desarrollado de distinta forma y haberse dilatado en el tiempo. Estamos viviendo una mutación importante en el desarrollo del proceso económico y nuestra obligación es que esa alteración se produzca también en el orden humanístico más amplio. Es imprescindible no olvidar que la situación actual se ha producido por el crecimiento de burbujas financieras, y la española, ha sido la burbuja de mayor envergadura. España ha recibido a más de 6´5 millones de personas de otros países que venían a trabajar y ha estado construyendo viviendas de forma desmesurada sin respetar el equilibrio medioambiental ni una demanda racional.
Hoy se busca culpable. Culpables son los que planearon, trazaron y ejecutaron el plan. Y culpables son los que aceptaron las reglas del juego. Hay autores y cómplices. Ahora todos los actores ruegan el perdón y exigen el amparo y rescate. Si fuese fácil la solución, ambas partes comenzarían en breve otra partida.
Hace miles de años los griegos dijeron que la vida es para hacerse lo que uno es y desde luego, no es para hacerse lo que uno tiene. La principal conducta del ser humano no puede ni debe ser la producción de riqueza porque eso conduce a la infelicidad y termina con la permanencia de la especie y del planeta. Esta es la razón por la que es imprescindible poner fin a la libertad absoluta de los especuladores y de los explotadores monetarios.
La sociedad actual desarrollada está en decadencia y el sistema occidental denota agotamiento. Esto debe obligarnos a preocuparnos más por la agonía de la humanidad que por la mutación en el desarrollo económico que, obviamente, es consecuencia de lo primero.
La población mundial se ha triplicado en un siglo y si continuamos consumiendo y destruyendo recursos al ritmo actual, estos se agotarán y la propia naturaleza impondrá sus leyes.