martes, 27 de enero de 2009


El Principito

de Antoine de Saint-Exupéry


Las personas grandes aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: "¿Cómo es el tono su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?" En cambio os preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solo entonces creen conocerle. Si decís a las personas grandes: "He visto una preciosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo...", no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: "He visto una casa de cien mil francos". Entonces exclaman: "¡Qué hermosa es!"
Si les decís: "La prueba de que el principito existió es que era encantador, que reía y que quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe", se encogerán de hombros y os tratarán como se trata a un niño. Pero si les decís: "el planeta de donde venía es el asteroide B 612", entonces quedarán convencidos y os dejarán tranquilos sin preguntaros más. Son así. No hay que reprocharles. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas grandes.
Pero, claro está, nosotros, que comprendemos la vida, nos burlamos de los números. Hubiera deseado comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Hubiera deseado decir:
"Había una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…" Para quienes comprenden la vida habría parecido mucho más cierto.

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